Estanques de horas, minutos y vidas, pasando sin prisa ni
pausa, impasible a los ruegos desesperados de miles de cientos de yos.
Demasiado sonoro su goteo para pasar desapercibido al
espejo. Demasiada pesada su carga para llevarla con solo dos piernas. Un ruido
molesto que altera y que rompe el silencio tan solo si miras hacia dónde él va,
de dónde él viene o dónde está.
Rotundos sus golpes y cambios y esbozos de posibles futuros que
vendrán, o que no, o que si, o que no.
Quizás una bomba que anuncia con tics y confirma con tacs su
carrera hacia un punto de nunca retorno ni avance ni giro ni ascenso.
O quizás un regalo continuo, incesante, que mal educados
miramos su fin y no aprovechamos aquello que, porque sí, se nos da. No,
preferimos preocuparnos, pre-ocuparnos, saturarlo, envejecerlo a base de
enfados a base de esconder los dientes o sacarlos demasiado.
Es oro, y como tal nos obsesionamos en regocijarnos con su
poder, gastarlo, consumirlo de manera ansiosa y oprimida a la vez. Nunca nos
hemos parado a mirar su brillo, su luz. No lo hemos tocado, solo gastado.
En fin. En el Fin. Ese es el problema. Allí nos daremos
cuenta de todo aquello que se nos entregó, de todo aquello que tuvimos y solo
entonces, en fin, sabremos valorar si
hemos invertido en vivir aquellos 86400 segundos, que nadie sabe cómo ni por
qué, se nos regalan cada día.
Será entonces demasiado tarde para rectificar, ya que, nadie
sabe cómo ni por qué, ese regalo cesará, se agotará y solo quedará la huella
que ese gran tumulto desproporcionado de segundos gratuitos haya dejado en esta
gran bola de magia que a veces nos atrevemos a llamar Mundo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario